El principio
Capítulo 1.
Narrador en Negrita.
Personajes por colores:
Nadia Etolie, Kiyoee Sakurai, Eldora ¿???, Oborel, Ego, Aradan Whisperwind, Analiel, Mussy
Vamos a empezar, como veis he
puesto una foto, esta foto es donde vamos a empezar todos y es una foto del
Bosque Negro. Es el bosque que ahí a la salida de la Ciudad Zafiro. En este
bosque empieza todo, los personajes que tenéis hechos, algunos estarán dentro
de la Ciudad, otros estarán en el bosque, eso quedará un poco a decisión
vuestra. Quienes quieran empezar aquí, en el bosque, pueden ir escribiendo que
es lo que están haciendo en el bosque, como han llegado al bosque, porqué están
en el bosque, hacia donde se dirigen. Y a raíz de lo que vayáis contestando,
irán sucediendo cosas. Veamos quienes son los primeros que empiezan.
El bosque negro como veis es un lugar
donde el sol se cuela entre los huecos de las hojas. Es un lugar lúgubre, es un
lugar ensombrecido. Quien camine por ahí, se da cuenta que el suelo está lleno
de enormes raíces de los árboles. Hay que tener cuidado para no tropezar. Y se
escucha siempre ruido de hojas, de animales moviéndose de un lado para otro.
La temperatura del lugar es
húmeda. No hace frío, pero tampoco hace calor. Se está bien. Podría decirse que
se está bien caminando por ahí. Entonces se escuchan unos pasos, ¿de quién son
esos pasos?
Nadia caminaba por la esquiva senda de los ciervos
buscando musgo, muérdago y mandrágora, aunque la mandrágora era más fácil
encontrarla cerca de Zafiro que allí en plena foresta. De piel café y pelo
azul, Nadia era una joven de unos 25 años, ataviada con un grueso vestido de
mezclilla y una capa verde de algodón.
Sin miedo y sin tropezar con las retorcidas raíces de
los árboles, se encontraba muy a gusto en el Bosque negro, muy similar al
bosque donde Elyora la medio crió antes de que llegaran los Eos y la
"rescataran" de la única madre que conocía.
Volvía a jugar con la alquimia, intentando devolver un
color natural a su piel y cabello, que tanto asustaban a las buenas gentes de
Zafiro. Lo tenía prohibido por sus maestros, pero a ella le daba igual. Solo
quería ser normal.
Kiyoee Sakurai, una joven hechicera de 22 años de edad,
cabello azabache, reposaba sobre una de las grandes raíces que yacían por todo
el bosque oscuro cerca de cuidar Mirrodin, con bloc y pluma en mano leyendo
todas sus anteriores páginas. No podía faltar nunca su bloc de notas, en el que
escribía todo tipo de curiosidades, ideas al viento, dibujos o cualquier otra
forma rara de usar sus dones.
El bosque oscuro no le parecía nada tenebroso, pues
solía pasar su tiempo ahí a solas, escribiendo o, incluso, intentando mejorar
sus técnicas artísticas dibujando a mano alzada animales, plantas y todo lo que
ella creía que podía plasmar; todo ello le ayudaba a mantener la cabeza
centrada y no perder los estribos, pues fue a causa de sus dones que vivía sola
en la ciudad de Mirrodin, en una pequeña casa no muy lejana al bosque oscuro
pero que usaba para lo básico de la vida.
Es en eso, en su paz, que llega a sus oídos el ruido
del pisar entre las enormes raíces, el quebrar de las pequeñas ramas caídas de
los árboles; lo cual la hace salir de sus pensamientos y buscar con la mirada
aquello responsable de esos ruidos.
Entonces, Kiyoee,
con su blog en las manos, escuchó un ruido. Son ruidos de pasos, alguien que
iba andando. Kiyoee buscó con la mirada y vio a una muchacha un poco peculiar, ya
que tenía el pelo azul y la piel oscura. Eso llama la atención de que Kiyoee.
De varias formas. Una le causó curiosidad y otra le pareció un ser hermoso.
Como nunca había visto. Quizá alguna raza que ella no conocía y eso le empujaba
a curiosear. Entonces ella se acercó, y se paró un momento, pensando qué
decirle. Tenía como aspecto humano, así que. Pasó por su cabeza hablarle en su
idioma. y ver qué ocurría. A partir de ahora Kiyoee, vas a tener Ganas
de dibujar a esa persona. Así que a ver cómo te las apañas para que eso pase.
Veamos cómo hablan, tu personaje, él y Nadia.
Nadia miraba a las ramas medias de un enorme sauce,
tratando de ver si había muérdago en algunas de las ramas y tratar de trepar
por él hasta las altas. El súbito silencio del bosque a su alrededor le llamó
la atención. Las aves más próximas se callaron por la presencia de un
depredador. Los conejos corrieron bajo las zarzas y las sacudieron, ratones de
campo chillaron y se metieron en sus madrigueras. El propio viento parecía
querer advertirle de algo, y ella, fiel a las enseñanzas de su madre, buscó
alrededor observando a una mujer que estaba parada a alguna distancia.
Lo primero que miró, sus manos, para ver si tenía
alguna piedra para lanzar le, ya que no era raro que la acusasen de bruja, o de
demonio, por sus llamativos colores. Lo segundo, su rostro, que parecía tan
sorprendida de ver a Nadia como Nadia estaba sorprendida de encontrar humanos
tan profundos en su bosque. Pero Elyora le había enseñado que el bosque era de
todos, no debía enfadarse o sentirse agredida por la mujer.
Observó sus ropas y sus manos, notando el papel y la
pluma en sus manos y suponiéndola algún tipo de artista que se había extraviado.
La hechicera se acercó con cuidado, apoyando un poco
las muñecas en los árboles para evitar caerse e intentando ir con el mayor de
los sigilos para no asustarla; todo eso para poder llegar a uno de los árboles
más cercanos y apoyarse levemente con su hombro derecho sobre el cuerpo de
este.
Cierto es que le pudo la curiosidad. Amó el color del
cabello de la joven y le fascinaba cómo destacaba con su piel. Nunca había
visto a nadie así, ¿cómo podía ser posible?; no pudo evitar abrir su bloc por
una nueva página y, con pluma en mano, dibujarla a mano alzada, sin mucho
detalle al principio para no perder tiempo por si se movía. Lo que sí dejó en
claro fue en la parte donde dibujó el cabello de la joven, en donde escribió
“un hermoso azul brillante” para darle color más tarde.
Tardó un rato en levantar la mirada del lienzo y se
encontró con que la estaba observando en silencio. Lo cual la puso un tanto
nerviosa, se culpaba por su timidez pues tampoco quería meter la pata en un
primer encuentro. Y decidió entonar palabra.
─A-Ahm… ¡Hola! Perdón si te he molestado,
no es para nada mi intención… Eres muy bonita. ─ Dijo la hechicera con una media sonrisa, acomodando
un mechón de cabello tras su oreja derecha. ─ Me llamo Kiyoe, te
he hecho un boceto, espero no te importe… ¿Quieres verlo? No se me da bien aún
dibujar manos, no lo tengas en cuenta… ─ Decía manteniendo el bloc abierto de par en par en la
hoja correspondiente mientras lo sostenía con su zurda; la cual alzó levemente
para que ella lo tomara.
Nadia la escucho, entendiendo y sin entender. ¿Un
dibujo? ¿Para qué querría ella mirar un dibujo? Un hechizo, quizá, una fórmula
mágica, también. Con la poca destreza social que tenía, le sonrió y volvió a
centrarse en los árboles. Le interesaba más el muérdago para tratar de crear
algo que le aclarase la piel, quizás el pelo.
Había probado de todo, desde el limón hasta la brea, que
decían tiznaba de negro las cabelleras. Su pelo, su piel, en lugar de
estropearse, parecían absorber los mejunjes con mayor celeridad cada vez, y en
lugar de más normales, se volvían brillantes.
A ella poco le podía atraer un boceto. Sabía cómo se
veía. Era un monstruo azul.
Kiyoee se quedó un tanto confusa, ¿le habrá sentado mal
que la dibujará? O es que quizás no era de muchas palabras. En tal caso, cerró
el bloc con mucho cuidado y lo abrazó pegado a su pecho, envolviéndolo con sus
brazos.
Quedó por un momento observándola en la distancia
soltando un pequeño suspiro y volvió a recorrer el bosque con la mirada,
disfrutando del sonido del viento moviendo sus hojas, los pájaros con su cantar
y escuchar algún que otro conejillo roer la hierba.
Tomó decisión y se acercó con cuidado; no sin antes
colgar su bloc del cinturón de su traje con un gancho previsto para ello que
ella misma diseñó y guardar la pluma en el bolsito de su cintura y que,
intentando como siempre, no tropezarse con las enormes raíces del suelo, se
acercó a ella con cuidado.
─ ¿Buscas algo en concreto? ¿Puedo
ayudarte? ─ Decía
mientras se ponía de cuclillas posando sus manos en las rodillas para
visualizar el mismo rincón en el que ella estaba buscando lo que fuera que
estuviera buscando.
Mientras tanto, en otro lugar, estaban ocurriendo cosas. Quizá
veinte minutos antes del suceso del bosque, donde se han encontrado nuestros dos
personajes.
Para los que
no habéis visto nunca el mapa de Mirrodin, Mirrodin es el continente, tenemos
Ciudad Zafiro, el Bosque Negro, y la Citadel. La Citadel es un fuerte. El
personaje del Eldora se dirigía al fuerte, porque ella esta buscando algo y
alguien le comentó que podría encontrarlo en ese fuerte.
Cuando Eldora estaba caminando
por el caminito que lleva hasta el fuerte, escucha ruidos a lo lejos, ruidos de
espadas, hierros cruzándose entre sí, gente gritando. Se escucha el caos.
Eldora, o el personaje de Eldora,
alza la vista y empieza y ve que hay gente cayendo del fuerte hacia abajo, hay
humo y de repente, ocurre una explosión. Una explosión que deja una llamarada
hasta lo alto, en medio del fuerte, que es de color azul. Es Fuego Azul. Cuando
esa explosión ocurre, Eldora se estremece y se tensa, y su cabeza empieza a
pensar que está pasando.
La explosión fue muy fuerte, tan
fuerte que las ventanas, los ventanales, todo sale disparado, cristales,
madera, los barrotes. La puerta del fuerte, también sale disparada. Entonces
Eldora, o el personaje de Eldora, puede ver que de ahí sale un tipo asustado,
sale corriendo, y corre muy rápido. Corre muy rápido para ser un humano. Y se
va dirección al bosque negro.
Entonces Eldora, o el personaje
de Eldora, decide seguir al chico. A la ciudad no iba a ir, estaba destrozada,
aun se escuchaban gritos, todavía se escuchaba sonidos de guerra. Entonces
decide que va a seguir al chico, va a preguntar que es lo que estaba pasando,
no se va a arriesgar a entrar ahí. Y lo sigue. Ella corre también, detrás del
tipo, tipo bastante rápido, así que lo único que ve es su silueta a lo lejos,
como salta, ósea el tipo es capaz de correr en el bosque, con todo el suelo
enraizado. Se nota que el vive ahí, porque tiene soltura corriendo a través del
bosque, a ella le cuesta un poco más. Por eso no lo alcanza.
Rato después, en la conversación
del bosque, entre Nadia y Kiyoe se escucha ruido, ruido de alguien acercándose,
acercándose corriendo, como pasa a través de las hiervas, los golpes que da en
estas. Y el tipo da un salto, pero en ese salto, no se espera lo que va a encontrar
al otro lado y choca, choca con Nadia. Los dos caen al suelo. Kiyoee da unos
pasos hacia atrás preguntándose que narices, y el tipo rápidamente se pone de
rodillas, en el suelo, y apoya las manos, y tose, empieza a toser, y vomita,
vomita un liquido negro. Un liquido negro que sale por su boca y por los
orificios de su nariz, y esto chorrea al suelo. El tío tose, y se agoniza, y os
ve, veis que su cara no tiene buen aspecto, tiene ojeras, está blanco, está
como enfermo. El tipo está enfermo, pero está enfermo de algo que ni sabéis que
es ni podéis curar.
Entonces el tipo en cuanto os ve,
se hecha las manos a su pechera, la mete y saca un pergamino y veis como él os
lo ofrece así con las manos:
─ Por favor,
ayudadme (tose), llevadlo (tose).─ ¿Qué hacéis?
Nadia está a punto de contestar "muérdago, muérdago que me hace falta", cuando alguien cae sobre ella. Tratando de reaccionar lo más rápido posible, trata de alejarse, pero el hombre pesa y ella es pequeña. Para cuando logra liberarse de los miembros de él, este está extendiendo un documento hacia ellas y trata de arrebatárselo. Todo documento es de valor y hay que salvarlos. Escucha al hombre pedir que lo lleven, pero entre las toses, no entiende a donde han de llevarlo. Mira a su compañera con dudas, sin saber si leer el pergamino o guardarlo de los demás.
Kiyoee estaba pendiente de su respuesta, hasta que un mal presentimiento le invadió el
cuerpo, como un escalofrío de los malos.
Es en eso que desvió la mirada al frente y vio
a aquel hombre caer sobre su compañera, lo cual le hizo agacharse un poco de la
inercia para evitar que la golpease.
─ ¿¡Pero
qué?! ─ Se incorporó
de inmediato para voltear a verlos, dando unos pequeños pasos hacia atrás y sin
pensarlo se acercó a ayudar a su compañera para incorporarla y alejarla un poco
del sujeto al verlo tan demacrado. Su respiración se agitó un poco por la
situación e intercambió miradas con su compañera, que estaba igual o más
confusa que ella y observar de varios vistazos al pergamino. Luego agacharse
con cuidado, pero con distancia del sujeto y preguntarle. ─ ¿Llevarlo a dónde? ¿Qué está
pasando?
Esos meses en Mirrodin había aprendido muchas cosas. Aprendió qué posadas tiraban la mejor comida, y lo podrida que tenía que estar para ponerse enferma. Aprendió a esconderse. Tenía un sitio secreto que le había servido de refugio mientras trataba de reordenar su mente. No sabía qué había pasado, recordaba las cadenas, la fuga, el frío y el hambre, recordaba las voces lejanas, tamizadas por la distancia. Se encontró con un bardo en el bosque, le habló de la ciudad de las mercancías, del fuerte, y pensó que podría encontrar respuestas allí. Se puso en marcha aún con las manchas de sangre brillando en un apergaminado vestido, roído por el tiempo y tan deteriorado que era imposible recordar en él sus mejores tiempos. Andaba desapareciendo del camino cuando escuchaba algo y reapareciendo cuando presentía y sentía que podía caminar sola... por eso la explosión la alcanzó con los sentidos aguzados y el pulso tranquilo. El fuego fue una absoluta maravilla que la dejó en el sitio durante lo que duraron varios pulsos. Los golpes de metal, los gritos, todo quedó en un segundo término, carecía de la información necesaria como para determinar que podía deberse a una batalla. Un tipo apareció y salió corriendo, con ese tipo de prisas que se contagian. Eldora siguió sus pasos por un extraño instinto de supervivencia, alejándose del lugar. Los pies descalzos se trababan entre las raíces y le era imposible seguir el ritmo que imponía la marcha del hombre hasta que se detuvo. Eldora quedó agazapada tras uno de los árboles próximos, el pulso le golpeaba el pecho con violencia, no entendía qué le estaba pasando, pero posiblemente conocía a aquel par de mujeres a quienes les tendía un pergamino. Eldora trepó hasta la primera rama del árbol y caminó despacio para situarse en una posición ventajosa en la que observar lo que pasaba, aunque no pudo evitar lanzar la mirada hacia el lugar donde había visto el maravilloso fuego azul.